"Todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre."
Juan Gelman.

lunes, 29 de junio de 2015

La sequía


Hace tanto calor que llevo horas paseándome desnuda por la casa. Aún así parece que llevara una segunda piel adherida a la mía, una capa de sudor y angustia que me convierte en una anguila enfadada y resbaladiza.

No importa las veces que me dé una ducha fría, ni poner el aire acondicionado a tope o abrir puertas y ventanas para que la corriente siga su curso. El calor se me mete dentro como un parásito y me ahoga lentamente.

Estoy aquí, sola y mojada, y me siento como pez fuera del agua.

El calor también me recuerda tu ausencia.

Nunca me ha gustado el calor.
Excepto contigo.

Dormir pegada a tu sudor compensaba la densidad dulzona del mío, lo elevaba a la categoría de aceite balsámico. Tu sudor y el mío como un ungüento mágico que nos mantenía unidos más allá de cualquier duda, como un pegamento uniendo roturas.

Tu brazo cruzando mi cuerpo, tu  mano de agua agarrada a mi pecho, tu boca caliente y húmeda soplando mi nuca. Y mi cuerpo y mi pecho y mi nuca recibiéndote como a un océano azul y poderoso, llenándose de tu agua como una bañera de porcelana blanca.

Después de ti, el calor fue simplemente calor. Duro, pegajoso, persistente. Un enemigo polvoriento que me hacía toserte lejos en cada dolor de mi anatomía.

Perderte fue la peor sequía de toda mi vida.

Por eso ahora paseo desnuda y me doy duchas de agua fría y busco tu calor con mi mano húmeda escondida entre las piernas.

Pero esta humedad ya no sabe a ti.

Y el océano nunca me pareció tan lejano.











No hay comentarios:

Publicar un comentario